La política es una ciencia que es preciso de aprender. Los
grandes desastres sociales provienen más de la carencia de buenos
fundamentos que de los errores de aplicación, ya que los errores de
aplicación generan crisis coyunturales, más fáciles de superar,
pero cuando el error afecta a los fundamentos se generan crisis
estructurales que no cesan de crecer hasta que se enmiendan esos
fundamentos, lo que la mayor de las veces exige una revolución, que
a su vez no certifica hasta bastante tiempo después lo acertado de
las nuevas bases.
Las lecciones para saber de política provienen de dos
fuentes: La sociológica, que abarca todo lo que los políticos han
hecho en la historia, y la filosófica, que comprende lo que los
hombres han pensado sobre su propio modo de ser. De las primeras se
debería aprender a no repetir los errores que han causado mal en la
sociedad y a imitar los aciertos que han beneficiado la consistencia
social. De las fuentes filosóficas, el reconocimiento de las formas
y maneras de ser que favorezcan la confluencia del bienestar personal
y colectivo.
Si se quiere buscar a qué se refiera la primera lección a
aprender en política, basta con considerar cuál es el fundamento de
su estructura más profunda, que no puede ser otro que la
convivencia, que convierte en social lo que relaciona a dos o más
seres humanos para algo que, ejerciéndolo en colectividad, favorece
a cada uno de ellos. Como todo lo que cada hombre ejerce en la
existencia repercute sobre su vida, es por lo que las relaciones
humanas se identifican como relaciones de convivencia, siendo ésta
más o menos intensa según cuánto afecte a la vivencia personal.
Como el objeto propio de la política es el ordenamiento de las
relaciones sociales en la comunidad estable, lo más esencial es que
la directriz profunda de esas relaciones sea la noción de
convivencia.
Aprender a convivir unas personas con otras es una tarea que
no se puede dar por sabida, como si fuera un instinto de la
naturaleza, porque aunque el ser humano tenga tendencia a vivir en
sociedad ello no justifica que sepa hacerlo bien, baste con comprobar
como en la historia y en el entorno predominan las relaciones de
dominio sobre las de servicio, que son las que definen la auténtica
convivencia. La simple agrupación no garantiza la convivencia, y
ello se puede comprobar en la dificultad de la convivencia familiar,
que a veces degenera en violencia. Igual pasa en el trabajo, en la
vecindad, en la milicia... hasta llegar a afectar a todas las formas
de vida en común donde debería reinar una convivencia al menos de
respeto y tolerancia, la que no generalizada afecta a que las
relaciones políticas, sin una base de convivencia afectiva, se
conviertan en relaciones de confrontación que crispan la vida social
nacional e internacional.
Ese aprender a saber convivir dentro de una comunidad política
implica favorecer el entendimiento mutuo de la perspectiva con la que
se interpreta la responsabilidad social. Todo político padece la
pasión de confundir su interés personal con el bien común, y
superar esa determinación tan propia del egocentrismo intelectual
sólo se logra sabiendo escuchar cuál puede ser la proyección del
interés ajeno sobre el bien común; ya que, en la proporción que se
admite que el interés general es el que no colma ningún interés
personal pero satisface, al menos suficientemente, más intereses
particulares, es cuando se puede hablar de que la política sirve a
la convivencia en tanto en cuanto son más los que se sienten
reconocidos en la mentalidad de los poderes públicos. Aprender a
convivir es no querer imponer desde el poder, sino ganarse la
adhesión ciudadana desde la autoridad moral, ética, intelectual...
Para facilitar la convivencia social hay que aprender que aplicar
cambios sociales puede exigir buscar la complicidad del tiempo para
realizarlos de un modo paulatino, pero constante, de modo acorde con
la modernización de la mentalidad popular para que a la división de
la sociedad por causas económicas, laborales, tradicionales,
regionales, religiosas... no se agreguen las de segmentación
generacional.
La realidad política es tan variada que exige a los actores políticos saber converger, pero no respecto a sus propios intereses, sino a que su acción satisfaga al más amplio posible espectro de la sociedad, pues ello es la garantía de la paz en un entorno en el que siempre existirán extremos incapaces de consensuar. Que estos inconformistas representen un sector tanto más minoritario de la población depende en mucho de la preparación de los políticos para gestionar acertadamente la perspectiva de convivencia humana.
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