El nuevo gobierno de Sebastián Piñera significa un rebarajamiento del naipe político chileno que, sin embargo, no toca las bases esenciales de la institucionalidad fundada por la dictadura militar;
por el contrario, las consolida. En toda su campaña, Piñera adoptó un discurso conciliador opuesto a las tesis más agresivas de su sector político, la Alianza por Chile, la derecha más conservadora y de mayores vínculos con el pinochetismo. Ese discurso conciliador, que reconoce la "obra" y los "avances" de los gobiernos concertacionistas y que fue capaz de entroncar con el sentido común neoliberal, existista y "desideologizado" desarrollado durante los veinte años del cogobierno Concertación-Alianza, tiene una base objetiva: el 90% de la fortuna de Piñera -presentado por los propagandistas de la Concertación como un multimillonario que se hizo rico durante la dictadura- se acumuló durante los gobiernos concertacionistas (1).
Piñera representa, de alguna manera, la reconciliación simbólica de la burguesía chilena tras sus quiebres políticos y culturales del siglo XX. Esa reconciliación simbólica fue precedida a su vez por la reconciliación práctica -business is business- durante los gobiernos concertacionistas.
En dos coyunturas decisivas para la sobrevivencia y modernización del capitalismo chileno, la burguesía chilena se encontró dividida. La primera de ellas, la Reforma Agraria, impulsada por el imperialismo y los sectores más modernos y "progresistas" de la burguesía, expresados políticamente en la Democracia Cristiana (DC), fue enfrentada por la fracción burguesa más conservadora, ligada a la oligarquía agraria que fue la espina dorsal de la sociedad chilena hasta 1966. Reconciliadas para enfrentar y derrocar el gobierno de la Unidad Popular, vuelven a dividirse respecto de las tareas posteriores al derrocamiento de Allende. Esta vez es la fracción conservadora la que toma la iniciativa histórica y procede, alineada tras los militares, a una refundación capitalista radical; la burguesía "progresista" se opone desde la vereda del frente, en un doble juego que busca, por una lado, morigerar los aspectos más brutales del nuevo capitalismo y su institucionalidad y, por otro, evitar el riesgo de una salida plebeya a la dictadura.
La llamada transición constituyó el proceso de normalización entre ambas fracciones burguesas, sobre la base del acuerdo en torno al modelo capitalista instaurado por la dictadura.
Marcada políticamente por su apoyo a la dictadura, la derecha conservadora debió obligatoriamente ocupar un papel secundario durante dicha transición en que la principal tarea histórica de la burguesía fue dotar de legitimidad social al modelo de acumulación capitalista neoliberal. Pero en la misma medida en que el modelo era legitimado, se iba disipando el baldón político que cubría a esa derecha conservadora. Tras salir Pinochet de la escena política y al mostrarse los gobiernos socialistas de Lagos y Bachelet como relevos inofensivos -desde el punto de vista del modelo- de la DC, la derecha conservadora fue abandonando poco a poco la actitud defensista que exhibió durante la primera década de la transición.
Marcada políticamente por su apoyo a la dictadura, la derecha conservadora debió obligatoriamente ocupar un papel secundario durante dicha transición en que la principal tarea histórica de la burguesía fue dotar de legitimidad social al modelo de acumulación capitalista neoliberal. Pero en la misma medida en que el modelo era legitimado, se iba disipando el baldón político que cubría a esa derecha conservadora. Tras salir Pinochet de la escena política y al mostrarse los gobiernos socialistas de Lagos y Bachelet como relevos inofensivos -desde el punto de vista del modelo- de la DC, la derecha conservadora fue abandonando poco a poco la actitud defensista que exhibió durante la primera década de la transición.
La guinda de la torta de esta reconciliación simbólica lo constituyó el candidato, Sebastián Piñera, originario de la cultura política DC y nuevo rico advenedizo -al igual que los nuevos ricos concertacionistas- a ojos de la gran burguesía tradicional. Piñera impuso su candidatura en una larga confrontación con la fracción más ultramontana de la derecha conservadora -el gremialismo de la UDI- y recoge en su discurso político algunos de los tópicos centrales del pensamiento de la fracción más derechista de la DC, aquélla de Frei Montalva, Claudio Orrego y Patricio Aylwin. Piñera busca tender un puente político entre unos y otros y ubicarse en el centro de gravedad entre ambas fracciones políticas burguesas; su llamado a un gobierno de "Unidad Nacional" no debe verse sólo como un llamado oportunista ante la minoría parlamentaria con que iniciará su mandato, sino sobre todo como una aspiración programática que empieza a construir.
Con el gobierno de Piñera termina de emerger una nueva derecha conservadora, distinta tanto de la derecha oligárquica tradicional como del pinochetismo, que logra dotarse de una amplia base de apoyo de masas urbana (2) y que logra trascender la lógica del Sí y el No del plebiscito de 1988, cruzando el Rubicón de los tópicos políticos y discursivos de la transición. En este proceso, vemos en perspectiva tres hitos políticos decisivos: la presidencia de Pablo Longueira en la UDI, que apoyó al gobierno de Lagos en sus momentos más conflictivos y realizó una incursión audaz en el tema de DDHH; la primera candidatura presidencial de Sebastián Piñera el 2005, saludada en la Concertación como la emergencia de una derecha "liberal y democrática"; y el "bacheletismo aliancista" de Joaquín Lavín (3).
El acuerdo en torno al modelo neoliberal, que conllevó a una "desideologización" del debate público y a reducir las diferencias políticas a cuestiones de gestión, permitió a la derecha conservadora reducir distancia discursiva con la Concertación. En esta última elección, en un golpe de audacia discursiva impensable en los años 90, la derecha conservadora se apropió de los conceptos de "protección social" y "progresismo". Esta apropiación discursiva se ha debido a lo inocuidad que la pr opia Concertación le ha dado a los conceptos: la "protección social" no es más que un sistema de caridad pública que no ha producido ningún efecto redistributivo significativo -Chile sigue siendo uno de los países con la peor distribución del ingreso en el mundo; respecto del "progresismo", la propia Michelle Bachelet lo definió, en la última "Cumbre Progresista" de Viña del Mar, como la defensa del "libre comercio". ¿Quién mejor para defender el libre comercio que los neoliberales de la primera hora? (4).
El triunfo de la derecha conservadora no fue circunstancial. No fue culpa de la candidatura de Enríquez-Ominami, que más bien salvó a la Concertación de una derrota en primera vuelta. El triunfo de la derecha conservadora se basa en un desplazamiento real de la correlación de fuerzas a su favor. Enfrentarla requerirá ir más allá de la consigna fácil de "derrotar a la derecha", parodia patética de la política de "Frente Antifascista" de fines de los 70.
Los empresarios salen del clóset
El gabinete de Piñera, considerando ministros y subsecretarios, está formado por cuadros de la extrema riqueza chilena. La conformación del gabinete fue una muestra nítida de que el gran empresariado chileno está actuando sin complejos y salió completamente del clóset político en el que estuvo "encerrado" durante veinte años.
La derecha conservadora chilena ha sido históricamente oligárquica. Los partidos de la Concertación nacieron enfrentando a esa derecha, buscando crear espacios para el ascenso social de sus milita ntes, ascenso que les estaba negado por la cerrazón de la elite derechista. A partir de la restauración capitalista de 1973-1989, la Concertación se constituyó en representante político de los cuadros de sectores medios aspiracionales y de la burguesía no oligarquizada que buscaban disputar la conducción del capitalismo a los cuadros de esa derecha conservadora, devaluados políticame nte por la dictadura. Por ello, la conformación del gabinete ha sido recibida como una bofetada por el concertacionismo, que había llegado a creer poseer derechos vitalicios sobre el aparato estatal y, por esa vía, el monopolio de la representación política del capitalismo.
Piñera eligió los ministros para sí y dejó las subsecretarías para los partidos de su coalición, en una clara señal de la autonomía política con que pretende marcar su gobierno. El perfil gerencial de unos y otros muestra claramente la impronta tecnocrática sin complejos con que va a gobernar Piñera (5).
Las perspectivas políticas que se abren con la llegada de la derecha conservadora al ejecutivo son de una nueva ofensiva de la gran burguesía por profundizar la agenda neoliberal chilena, buscando avanzar en medidas que la Concertación, por sus propios conflictos y simbologías políticas internas, no fue capaz de realizar. Un nuevo asalto sobre los escasos derechos laborales, una ofensiva privatizadora de las grandes empresas públicas (CODELCO y la petrolera ENAP) y la profundización de la mercantilización los servicios sociales y su contrapartida, el rol subisidiario del Estado, serán líneas de acción estratégicas.
Ese mismo carácter estratégico los hará actuar con decisión, pero con suma prudencia y astucia. La derecha conservadora no quemará sus cartuchos en un sólo período de gobierno y buscarán proyectarse al menos a un segundo período consecutivo. En el caso de CODELCO, por ejemplo, la ofensiva privatizadora no tomará la forma -al menos no inmediatamente- de una privatización de los activos de la estatal, sino una forma más subrepticia, muy parecida a la que ha realizado la Concertación durante 20 años para enajenar el cobre sin tocar CODELCO; por ejemplo, pueden buscar capitalizar CODELCO vía aportes mixtos estatales y privados. Para ello, Piñera deberá buscar el acuerdo con la DC, partido que durante estos últimos veinte años convirtió a la empresa estatal en su coto de caza exclusivo y que buscará no perder posiciones. La presión que Piñera ha colocado sobre la DC atrayendo a militantes de sus filas hacia el gobierno busca preparar el terreno para acuerdos estratégicos de esa naturaleza.
En el capitalismo, sobre todo a medida que aumenta la concentración y centralización de la riqueza en manos de unos pocos grupos económicos y su cohorte de gerentes y directores, los conflictos de interés son inevitables, porque, en definitiva, el Estado está para servir los intereses de la acumulación capitalista. El fariseísmo Concertacionista busca ocultarlos y reducirlos a una cuestión de ética individual y "separación entre la política y los negocios", ilusión si las hay, para que ellos puedan canalizarlos en las sombras. No puede haber lucha real y efectiva contra los "conflictos de interés" sin luchar a su vez contra su base objetiva, la concentración y centralización del capital y la existencia, en última instancia, de relaciones capitalistas de producción. Sin esa perspectiva anticapitalista, la denuncia de los conflictos de interés no pasa de ser hipocresía mal disimulada de los lobbystas e intermediadores que generosamente se ofrecen para servir de puentes entre la política y negocios, cobrando naturalmente el peaje por cruzar dicho puente.
Ciertamente, el gobierno de Piñera no "agudiza las contradicciones", sino que las saca a plena luz. Esforzarse para a partir de esa cuestión esencial crear conciencia política y movilizar a continuación a las grandes masas populares será la tarea enorme de la izquierda anticapitalista chilena.
(1) A fines de los años 80, Piñera poseía dos empresas de tarjetas de crédito, Bancard y Fincard, que vendió por 60 y 40 millones de dólares, respectivamente, a los bancos comerciales. También había comenzado a involucrarse en el negocio inmobiliario. Podemos estimar razonablemente que su fortuna, al concluir la dictadura, no excedía los 200 millones de dólares. En el último debate presidencial, a principios de enero de 2010, reconoció poseer un patrimonio de 2 mill millones de dólares, creciendo más de 10 veces su fortuna. Si consideramos que en el mismo período el PIB nacional se multiplicó dos y media veces, concluimos que, como al resto de los empresarios chilenos, a Piñera le fue extradordinariamente bien con los gobiernos de "centroizquierda"
(2) Con Piñera, crece la votación de la derecha conservadora en todas las zonas del país y en todos los estratos sociales. En la Región Metropolitana, Piñera aumenta su número de votos absolutos entre 2005 y 2009 (segunda vuelta en ambos casos) en 12% en las comunas más ricas, casi 15% en las comuna de ingresos medios y un 9% en las comunas pobres urbanas. Este 9% tiene un impacto electoral mayor por dos razones: primero, por el mayor peso demográfico de los pobres; segundo, porque una contracción del 4% en los votos válidos de los sectores populares (versus aumentos del 2% y el 0,3% en sectores ricos y medios) generó un aumento de casi un 14% en la votación relativa de Piñera en estos sectores.
(3) La Concertación jugó y perdió el viejo juego del "Nadie sabe para quien trabaja". Si el 2005 legitimó la candidatura presidencial de Piñera, el 2006, en un intento de detener la amenaza de la candidatura de Piñera el 2009, levantó la figura de Joaquín Lavín -ex candidato presidencial en 1999 y el 2005-, ayudando a la derecha conservadora a seguir acortando distancias con la Concertación.
(4) Eugenio Tironi, reconocido intelectual concertacionista, lobbysta contumaz y consultor estratégico de grandes empresas, busca un triste y pobre empate en una de sus últimas columnas de "El Mercurio". Sostiene que si las campañas electorales de los 90 se hicieron en el terreno ideológico de la derecha (en sus fantasías, los concertacionistas se ven a sí mismos como "centroizquierda" y no como lo que son en realidad, la fracción "progresista" de la derecha), mientras que las últimas elecciones se dieron en el terreno de la "centroizquierda" ("Giro a la izquierda", El Mercurio, 02/02/2010). Lo que Tironi omite es que mientras la ideas de lo que él llama la derecha se asientan firmemente en la realidad del capitalismo salvaje chileno, las ideas de la "centroizquierda" no pasan de ser pedorretas discursivas y eslóganes vacíos, que encubren la adhesión del "progresismo" a ese capitalismo salvaje que buscan, a lo sumo, maquillar algo.
(5) Otros analistas han examinado este aspecto del nuevo gobierno y sus proyecciones políticas. Véase por ejemplo "La 'filosofía' de gobierno del gabinete de Piñera: puro neoliberalismo recalentado" de Leopoldo Lavín.
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