En el marco de un Nuevo día mundial del medio ambiente, encontramos con escenas en televisión tan espeluznantes que nos generan incredulidad sobre lo que vemos: ‘‘el hundimiento del prestige’’, los derrames de petróleo en el golfo de México, los constantes acosos de los grupos económicos sobre los bosques milenarios y las aguas del mar son solo algunas de la imágenes que vemos.
Y es verdad que una de las pocas cosas en que los humanos venimos a estar de acuerdo es la del derecho a la defensa de la vida. Todos los seres vivos ejercemos la autodefensa de nuestras vidas y poseemos mecanismos internos en nuestro conocimiento dotados de resortes para el ejercicio de esa defensa. Muchos tenemos aún en la memoria el ejemplo de como ante el tsunami que asoló el centro sur del país muchas especies animales reaccionaron instintivamente poniéndose a salvo en el interior.
Esa pasión por la vida nos estimula a la defensa y al cuidado personal. Se prolonga sobre la protección a la propia familia y los seres queridos. Se articula como proyecto político de las comunidades. Pero cabría considerar ¿por qué se sostiene de tan mala manera cuando se extiende a la vida del planeta?

Para muchos la defensa de la vida se reduce al hábitat inmediato y a una perspectiva temporal
La urgencia no atañe en sí a la alimentación, porque el desarrollo de los métodos de cultivo permiten augurar una producción sostenible, El mayor peligro procede del agotamiento o degeneración del medio por la incidencia sobre los procesos físico-químicos que sostienen los parámetros pertinentes al equilibrio ambiental y al desarrollo biológico. Las acciones contra la atmósfera que influyen en la estabilidad del clima, la contaminación de los recursos acuáticos, la descompresión del profundo subsuelo, la esquilmación de algunas especies son ya una realidad
La compartimentación del poder político de la humanidad en estados soberanos dificulta la puesta en común de las medidas correctoras necesarias al desarrollo, para que el mismo sea sostenible y equitativo. La inercia de consumo de las sociedades más pudientes les impide rectificar sus hábitos y tomar conciencia de que la externización de su sistema de consumo al resto del mundo genera un proceso de erosión a la naturaleza insostenible. Sin la rectificación de los hábitos de esas sociedades que más contaminan será inviable una planificación de orden global.
El conflicto de intereses privados y generales se plantea una vez más como el eje moral de la
Salvar la propia vida puede parecer el auténtico milagro de cada día, pero deberíamos cada cual razonar y comprometernos en el protagonismo de preservar y entregar a las generaciones futuras el planeta, al menos, en las condiciones de habitabilidad con que lo recibimos.
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