La conmemoración de este 1º de mayo, Día de los Trabajadores, no hace sino poner de manifiesto la ausencia de los trabajadores en todos los ámbitos de la sociedad chilena. Su presencia en todos los niveles significativos de nuestra sociedad es nula. El triunfo de la derecha sanciona esta exclusión. Los rostros que llenan las pantallas de nuestra televisión, cada noche, son aquellos de exitosos empresarios y un séquito de eficientes burócratas que administran el Estado, los negocios, la cultura y, ciertamente, la política.
El Chile actual parece haber abolido del imaginario la faz de los miles de anónimos trabajadores, hombres y mujeres, que con su esfuerzo diario crean la riqueza y le dan vida a este país. Los noticieros y la publicidad han expurgado de sus paisajes a la mayoría de la población mestiza: mineros, pescadores, mapuches, obreros, asalariados. Una exclusión que es, desde luego, histórica, estética, cultural y política al mismo tiempo y que se fundamenta en el prejuicio de la singularidad “criolla”. El gobierno de la derecha no hace sino acentuar una tendencia que ya se ha instalado en el Chile posautoritario desde hace décadas.
Una sociedad de consumo – mundo cotidiano del neoliberalismo - exacerba el individualismo, instalando una conciencia narcisista allí donde, otrora, anidaba la conciencia histórica. De este modo, toda identidad es opacada por las rutilantes figuras de los mercaderes. La imagen del trabajador asalariado es degradada y sustituida por el icono cultural del “triunfador”. De este modo, ser “emprendedor” se ha tornado “sexy” y es promovido como conducta deseable en todos los estamentos de la sociedad. Si ayer la desmovilización de los trabajadores se fundamentó en la represión, en la actualidad se presenta como seducción de masas.
A diferencia de otros pueblos latinoamericanos, el Chile pospinochetista se caracteriza por la

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