La relación que cada hombre realiza con el mundo exterior se compone por una diversidad de formas en las que el punto común es el conocimiento mental de las cosas que conviven en su universo vital. Estas relaciones podrían agruparse en las que se siguen de una figura física que ocasiona el conocimiento, las que se aprenden por un parecido a las anteriores y las que se fraguan en el desarrollo de las ideas internas sin que las genere una percepción física o intelectual. La afectividad se sostiene tanto en la proximidad sensitiva como en la mental, idealizándose habitualmente las sensaciones más allá de las percepciones reales hasta cuánto la mente es capaz de imaginar. Esta capacidad de completarse idealmente se encuentra avisada tanto por la sugestión como por una potencia creativa que mueve al ser humano a realizarse, conformando su ser con lo que se encuentra más allá de su poderío. Esta afectividad que se reconoce a sí misma como agente, no paciente, o sea, que se proyecta como una perfección añadida a su distintivo sensible, es la que se hermana con el concepto de amor. La desmaterialización de las ideas del hombre se siguen de una abstracción sobre las aprensiones naturales, pero todas ellas se sustentan en la realidad mental que se fabrica sobre el conjunto de conceptos sintetizados desde la percepción continua de los sentidos. La idealización que se puede imputar a la creatividad, por tanto, no deja de tener una base real, y por mucho que las ideas se desmaterialicen constantemente mantendrán una proporción en su configuración profunda con el mundo real. De la mayor idealización de una relación se puede seguir un proceso mental que tiende a suplir la base real por otra ficticiamente elaborada, en virtud de la creatividad intelectual, y ella accede a vivir en lo que podría semejarse a un mundo artificial. Esta tendencia, muy semejante para la personalidad humana con una afectividad insatisfecha, es lo que se ha venido a llamar amor platónico en virtud de su formalización sobre relaciones ideales que sólo guardan vinculación con la realidad en sus formas mentales. La característica esencial del amor platónico está en la abstracción de una relación que genera unos emociones que se vuelcan sobre una realidad artificial, las más de las veces remotamente realizables, más o menos conocida, pero en todo caso sublimada. Este es muy distinto al amor no correspondido, que se sigue de una relación cierta aunque dificultosa, por la que una parte no puede reprimir sus sentimientos aún cuando no pueda alcanzar los afectos que los satisficieran. La no correspondencia no anula la fuerza creativa del amor, cuando es sincera, porque está sustentada sobre un conocimiento y una relación real aunque no correspondida. Existe otro signo de amor muy espiritual que se sigue de involucrarse en una relación afectiva hacia algo que se desconoce físicamente, aunque de ello se tiene suficiente información intelectual como para destinar hacia ella gran parte de la atención afectiva. Proviene de la capacidad de conmoverse sentimentalmente con quien no se conoce personalmente, pero sí su realidad. La posibilidad de querer lo desconocido está en la capacidad de idear, no idealizar, las vinculaciones que pueden soportar una relación. Esta faceta responde a la capacidad creativa de la inteligencia humana que puede sustituir la percepción sensible por la abstracción mental, sabiendo que la misma soporta una realidad cierta a la cual dirigir los afectos. En este caso, al contrario que en el amor platónico, se quiere a quien no se conoce pero se conoce lo que se quiere. Esta forma espiritual de amar más allá de lo que inmediatamente a cada cual le rodea constituye una de los factores más definitorios de la solidaridad, por la que se comparten afectos y recursos con otras personas, a veces situadas geográficamente muy alejadas, no en virtud de quién y cómo son, sino de que, porque son, cabe sostener una relación afectiva por la que se les quiere lo mejor.
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